Mireille perdió su bicicleta en el lote para estacionarlas que está en la estación central de trenes de Amsterdam, donde hay 2 mil 500 bicicletas apiñadas pedal con pedal, manubrio con manubrio.
Mireille recorre la fila en donde está segura que dejó su bici. La fila parece una red impenetrable de ruedas y barras de metal. Empieza por decir su nombre completo, pero lo piensa mejor; está avergonzada. Tiene 39 años y trabaja para la ciudad.
Confiesa que esa mañana tenía prisa y se estacionó en doble fila, dejando su bici en el estrecho espacio entre otras dos legalmente estacionadas. No pudo poner la cadena alrededor de su bicicleta.
En la estación central de Ámsterdam eso es una invitación al dueño de una de las otras bicis para sacar la tuya y dejarla en otro espacio ilegal a 30 bicis de distancia, sólo para darte una lección.
“Está en algún lado… Es una gran bici”, dice Mireille esperanzada. Agrega: “tiene algo negro”.
¿Algo negro? El asiento plano de metal sobre la rueda trasera.
Holanda, un país tan plano como una mesa de billar, tiene más bicicletas que personas: se estima que existen 20 millones de bicis y sólo 16 millones de personas. Las bicicletas son tres veces más que los coches. Casi en cada camino hay un carril para las bicicletas y casi nadie usa casco.
El garaje para las bicicletas en la estación central de Ámsterdam, que ganó un premio de arquitectura, es uno de los más solicitados del país.
Mary Frances Cullen, una irlandesa de 63 años, con cabello color caoba y ojos verdes, atestigua el frenesí de quienes pierden sus bicicletas docenas de veces al día. A diferencia de los conductores de automóviles, los ciclistas no tienen llaves con alarmas. En la estación central de Ámsterdam tienen a Cullen y su grupo de cuidadores de bicicletas.
Mary Frances ayuda a los ciclistas en problemas desde una caja amarilla. Antes de este trabajo, pasó ocho años causando problemas a los ciclistas: estaba en el escuadrón de la ciudad que se llevaba las bicicletas mal estacionadas de los puentes y caminos y las llevaba al depósito de bicicletas fuera del centro de la ciudad.
A las 5:45 de la tarde, una histérica mujer, de cabello rubio y con un portafolios, está de pie afuera de la caja amarilla. Grita, en holandés, a uno de los colegas de Cullen.
“Lo primero que nos dicen es, ‘me han robado mi bicicleta’”, dice Cullen al tiempo que sacude la cabeza. Tal vez lo dicen porque a casi todo ciclista holandés alguna vez le han robado su bici.
Cada año se reporta un promedio de 800 mil bicicletas robadas.
Cullen dice que su primera pregunta siempre es la misma: ¿Le puso la cadena alrededor?
“Ellos dicen, ‘sí claro’. Y les pregunto ‘¿de qué color es?’. ‘Negra y para mujer’, responden. Y les digo: ‘¡Hay dos mil bicicletas negras y de mujer aquí! Pongan algo en sus bicicletas que puedan reconocer, como flores de plástico, listones, cualquier cosa’”.
Muchas bicicletas perdidas nunca son encontradas y quedan en el abandono, lo que constituye otro dolor de cabeza para los garajes.
Otras terminan también abandonadas porque los estudiantes se van de vacaciones y las dejan estacionadas durante meses. La gente pierde sus llaves y no se toma la molestia de reemplazarlas o cortar los candados. Otros simplemente olvidan dónde las dejaron.
Cuatro veces al año, Cullen y su equipo marcan cada bicicleta en el estacionamiento con una cinta anaranjada. Se les dice a los dueños que lo quiten cuando recojan su bici. Luego de un mes, las bicicletas que conservan la cinta son retiradas del lugar. Cullen dice que usualmente se llevan de 500 a 600 bicis cada vez.
A las 5:51 de la tarde, 13 minutos después de iniciada la cacería, Mireille sale de entre las bicicletas. Empuja una gris con un candado en el manubrio. Una amplia sonrisa de alivio cruza su rostro.
Fuente: www.eldiariodechihuahua.com.mx