Todos a pedales

Oct 24, 2011

Lo mismo para ir a trabajar al juzgado, a la universidad o de compras. Tres millones de españoles, ¡un millón más que hace cuatro años!, ya usan la bici para desplazarse por su ciudad. El padre de Elsa Pataky tuvo que traer de Suecia una sillita para llevar a su bebé sobre dos ruedas. Hoy se venden en España 750.000 bicis cada año y el sector no entiende de crisis.

La crisis económica era insostenible. Los precios estaban por las nubes y los ciudadanos europeos echaban números y números para comer caliente todos los días. Para colmo de males, un volcán lejano, el Tambora, había estallado de repente y una formidable nube de cenizas había tapizado de gris el firmamento. En Alemania, en Inglaterra y en Francia, ni siquiera hubo verano: en julio hizo frío y las espigas de trigo, despistadas por un tiempo gélido, no maduraron como dios manda. Las cosas pintaban tan mal que el barón Karl Friedrich Christian Ludwig Freiherr Drais von Sauerbronn, no contento con llamarse todo eso, decidió inventarse un artilugio que aliviara la precaria situación de sus compatriotas. El 12 de julio de 1817, el barón Drais, mecánico, demócrata y filántropo, emprendió el viaje inaugural de su aparato, al que llamó ‘Laufmaschine’ («máquina andante»). Montado sobre aquel ingenio de madera, con un sillín y dos ruedas, pero todavía sin pedales, e impulsándose con sus piernas, don Karl recorrió los 15 kilómetros que separan las ciudades alemanas de Mannheim y Schwetzingen. Muchos aplaudieron aquel vehículo como la solución definitiva para el transporte interurbano, sobre todo porque el elevadísimo precio de la avena había vuelto prohibitivo el uso del carruaje tirado por caballos.
 
Doscientos años después, la crisis económica es insostenible. Los precios están por las nubes y los ciudadanos europeos echan números y números para comer caliente todos los días. Incluso los volcanes (lejanos y cercanos) parecen inquietos. Y tampoco en julio hizo muy buen tiempo. El coste de la gasolina se dispara, amenaza con subir todavía más y ha vuelto prohibitivo el uso del automóvil. Así que muchos alemanes, holandeses y franceses, pero también españoles, han vuelto sus ojos hacia el venerable invento del barón Drais, rebautizado como «bicicleta» e ingeniosamente perfeccionado en 1839 con el añadido de unos pedales. Entre 2008 y 2011, según datos de la Dirección General de Tráfico, el número de usuarios cotidianos de la bici en España ha subido de dos a tres millones de personas. ¡Un millón más en cuatro años! Quizá estemos en vísperas de una auténtica revolución urbana.
 
Las cifras oficiales se refrendan a simple vista. Y no hablamos de jóvenes deportistas que se ponen un culotte para devorar kilómetros y kilómetros. Ahora van por las calles ejecutivos de corbata y maletín, madres de familia cargadas de hijos y de mochilas, estudiantes con libros y ordenadores… «Un día salí del armario y me decidí a ir en bici por la calle», recuerda Manuel Martín, un publicista de 48 años, residente en Lorca (Murcia). «No solo lo hice por tener la sensación de que ayudo al medio ambiente, sino también porque, a la postre, resulta más práctico». Las dos ruedas engancharon tanto a Manuel que ahora es el director técnico de ConBici, Coordinadora en Defensa de la Bici, que agrupa a varias asociaciones de toda España.
– ¿Y están nuestras ciudades preparadas para meter bicis?
– ¡Para lo que no están preparadas es para meter un solo coche más! Debemos intentar que las ciudades recuperen las calles para los ciudadanos, peatones o ciclistas.
 
Sin noticias de la crisis
Asfixiados por tantas noticias negativas, cuando cada día se convierte en un nuevo e insoportable apocalipsis, sorprende encontrarse con un sector económico floreciente. Las bicicletas pedalean alegremente en medio de la crisis. Fuentes del sector calculan que el mercado ciclista mueve, solo en España, entre 300 y 350 millones de euros. Según datos recopilados por la asociación ‘Bike Europe’, cada año se venden en nuestro país 750.000 bicicletas nuevas (300.000 menos que en Holanda y 3 millones menos que en Alemania). Apenas hay variación, ni al alza ni a la baja, en los últimos ejercicios. «Estamos capeando bien la crisis», responde José Casla, importador para España de Giant, el mayor productor de bicicletas del mundo. «Y nuestras perspectivas son positivas. Además, cada vez los consumidores buscan bicis mejores».
 
Como se puede inferir de las cifras de ventas, la realidad española tiene todavía muy poco que ver con lo que se vive en Holanda, Dinamarca o Alemania. Allí las bicis reinan y, al menos en algunas ciudades, ya han desplazado a los coches como medio de transporte habitual. Holanda saca pecho con orgullo y alardea de campeona: de sus 17 millones de habitantes, más de trece se definen como ciclistas cotidianos. ¡El 84%! Una cifra que convierte en casi ridícula el 7,4% de España. Pero ni siquiera hace falta descender a los porcentajes para descubrir una realidad asombrosa. Basta, como comprobó Andrés Jiménez, con darse un paseo por Amsterdam.
Andrés, expívot de baloncesto, antiguo jugador del Barça y de la selección española, tiene metido bien adentro el gusanillo de la bicicleta. Pero sus dos metros cinco centímetros y sus más de cien kilos de peso lo convierten en un cliente difícil. Andrés no puede ir a un centro comercial cualquiera y pillarse la primera bici bonita que vea. Cuadros, ruedas…, todo se lo tienen que hacer a medida. Por eso se llevó una sorpresa monumental cuando aterrizó en la capital holandesa y encontró bicis de alquiler para gente de su tamaño: «¡Fue una gozada! –exclama–. ¡Pude recorrer Amsterdam en bici! Algo que no he podido repetir en ningún otro sitio».
 
Y quien dice Amsterdam, dice Copenhague o Estocolmo o Berlín… ¡o incluso Mantua, en Italia! El transporte urbano es una política tan rabiosamente municipal que en un mismo país podemos encontrar ejemplos opuestos. En Roma o en Nápoles casi nadie se atreve a asomar el manillar por la calle y, sin embargo, en las plácidas ciudades ribereñas del Po, cientos de ciclistas pedalean con asombro por esos soberbios cascos históricos, donde se amontonan lujuriosamente palacios venecianos, iglesias renacentistas y puentes medievales. En España tampoco existe una realidad homogénea. Va por barrios. «Barcelona era la ciudad símbolo, pero ya ha sido incluso superada por Sevilla en número de ciclistas cotidianos. Y alguna otra, como Zaragoza, está despertando. El caso de Sevilla es paradigmático. Han logrado crear una buena red de carriles-bici, conectados entre sí, que ofrecen al ciclista varios circuitos para ir y volver, sin quedarse a medio camino», describe Manuel Martín. Madrid ocupa el reverso oscuro de la geografía española: solo el uno por ciento de sus habitantes utiliza la bicicleta como vehículo de transporte habitual. El resto… No se atreve. Sin vías especiales por el centro, con socavones por aquí y por allá y con un tráfico de mil demonios, resulta temerario convertirse en ciclista madrileño. Incluso se ha creado una empresa, BiciFindes, que asesora a los principiantes sobre cómo manejarse por la capital. El actor riojano Javier Cámara reconocía hace unos días haberse convertido en un usuario entusiasta de este servicio.
«¡Aplástenlos!»
 
Los ciudadanos que ya se han animado a aparcar el coche sienten ahora un cierto temblor de pioneros. Y cultivan el proselitismo. Creen que el cambio cultural es inminente, necesario e imparable, aunque todos ellos hayan aterrizado sobre un sillín por motivos diferentes. Andrés Jiménez, por ejemplo, lo hizo para que sus rodillas no sufrieran, mientras que el juez de menores de Granada, Emilio Calatayud, motero entusiasta, decidió pasarse a la bici para moverse un poco: «Siempre me ha gustado hacer deporte, pero hace unos meses eché cuentas y ¡solo andaba cien metros al día!». Una tienda granadina le ofreció probar una bici eléctrica durante una semana. Se enganchó y la compró: «Yo vivo arriba del Albaicín, así que con una bicicleta normal iba a llegar siempre echo un asco, con esas cuestas tan formidables. La bici eléctrica ha sido la solución. Pedaleo, hago ejercicio, no sudo demasiado y en diez minutos estoy en mi despacho», resume.
Aunque los españoles seguimos siendo muy devotos de las ‘mountain bike’ (que superan el 60% de las ventas), las bicis eléctricas están ganando terreno poco a poco. No se mueven solas, pero multiplican la fuerza que imprime cada pedalada, lo que resulta muy útil en ciudades empinadas. Es un síntoma de la vitalidad de un mercado en expansión: «Hace 20 años solo existían las bicis de carretera y las de niño; ahora fabricamos 160 modelos distintos. La gente quizá piense que las bicicletas no cambian… Es falso. Estamos viviendo una auténtica revolución», enfatiza José Calsa, de la casa Giant.
El juez Calatayud, el baloncestista Jiménez, el publicista Marín… Todos coinciden en que se acercaron a la bicicleta por motivos prácticos. Por comodidad. Para escapar del tráfico infernal y para sacudirse la pereza. Luego se engancharon por una vaporosa y reconfortante «sensación de libertad». Los beneficios ecológicos y el ahorro económico son agradables propinillas que gratifican su conciencia social y les ayudan a convencer a los escépticos.
 
Pero ir en bici por las ciudades también tiene sus problemas. Aunque quizá no tantos como se piensa. «Mucha gente se retrae de pasarse a la bici por las condiciones adversas que tienen en la ciudad. Sin embargo, esto es una percepción subjetiva que no viene avalada por los datos objetivos. Es cierto que el ciclista es frágil y cualquier accidente suele resultar alarmante, pero hay mayor mortandad (no solo en cifras absolutas, también porcentuales) entre los peatones que entre los ciclistas», zanja Manuel Martín. «Los ciclistas tenemos que atrevernos a ocupar el espacio del coche», anima el director general de Urbanismo de Navarra, José Antonio Marcén. «Yo –explica– empecé más temeroso, atreviéndome a pedalear solo en zonas peatonales o libres de circulación, pero cada vez voy pisando la calzada con mayor convicción».
Siempre hay cafres, claro. Cafres como el analista financiero mexicano Ángel Verdugo, que en su programa semanal de Radio Reporte animó en mayo a emprender una cruzada contra los ciclistas que comenzaban a asomar por la capital mexicana: «Los conmino a que, si ven esta nube de langostas (los ciclistas urbanos), láncenles el vehículo de inmediato, no les den oportunidad de nada, aplástenlos para ver si así entienden». Por fortuna, cada vez hay más bicis en las carreteras y menos talibanes al volante. «Mi experiencia es que los conductores nos respetan bastante, aunque de doscientos que te pasan siempre puede haber un garbanzo negro», sonríe la profesora vallisoletana Carmen Dulce. Quizá ha llegado el momento de cumplir, incluso en España, el viejo sueño del barón Karl Drais: miles y miles de personas moviéndose sobre ruedas… sin caballos, sin gasolina, sin humos. Con libertad.
 
Fuente: diariovasco.com