Interesante opinión publicada en el periódico Diario de Jerez sobre los beneficios del ciclismo urbano y de la personalidad del ciclista de ciudad : “son portadores de futuro, gente vanguardista, pioneros, creadores de opinión y de valores”.
AHORA que se discute, de forma engañosa creo, sobre el proyecto de los nuevos bicicarriles en nuestra ciudad, y tras terminar de pasar una insulsa y anodina “Semana de la Movilidad Sostenible”, me parece oportuno hacer este elogio a la bicicleta y a los ciclistas urbanos de a diario de mi ciudad que, aunque algunos opinen lo contrario, son gente normal, no bichos raros y excéntricos empeñados en llevar la contraria, sino personas que utilizan un vehículo inventado hace más de 100 años y que, estoy seguro, acabará triunfando en el siglo actual. Son, pues, en opinión de este peatón empedernido, portadores de futuro, gente vanguardista, pioneros, creadores de opinión y de valores. Los ciclistas urbanos no son pobres diablos que molestan a los coches. Son ángeles oxigenados, ángeles musculados con motor de hemoglobina, pura proteína, pura vitamina.
Los grandes símbolos ecologistas y medioambientales, tales como el sol, el arco iris, las flores o un viejo árbol, tienen menos complejidad, son menos representativos de la simbiosis entre tecnosfera y biosfera que la bicicleta, y es que los símbolos extraídos de la naturaleza no recogen los resultados de la creatividad humana. Por eso, para mí, el emblema, el logotipo, la imagen simbólica de una sociedad ecológicamente autosostenible y socialmente avanzada, ética y ambientalmente viable no es el sol sino la bicicleta. Fácil de producir, fácil de utilizar, fácil de aparcar, termodinámicamente casi perfecta.
La bicicleta urbana da salud y libertad, ayuda a ahorrar tiempo y dinero y, sobre todo, ayuda y ayudará a salvar el planeta, a evitar el efecto invernadero y el cambio climático derivado del consumo excesivo de hidrocarburos. Pero opino que los argumentos a favor de la bicicleta urbana no deben basarse sólo en una racionalidad económica (costos, beneficios), ambiental (contaminación, ruido) o de eficacia en el transporte. El centro de la argumentación debe ser de tipo ético, es decir, reside en el terreno de los valores: quiero creer que los que circulan en bicicleta en nuestra ciudad lo hacen no sólo porque es placentero sino, además, porque moral y éticamente son más solidarios con el resto de los jerezanos, con la supervivencia del planeta, con las futuras generaciones, con la igualdad de los seres humanos.
Circular en bici debería ser visto como un placer y un orgullo culto. Mientras no se consigan transmitir esos valores no aumentarán los ciclistas urbanos. Debemos argumentar planteando la bicicleta y el tráfico urbano de la bicicleta como una metamorfosis cultural, no sólo de valores sociopolíticos sino también estéticos. Nuestra ciudad, con muchos más ciclistas urbanos, sería una ciudad cultural, artística y estéticamente diferente y mejor, y no sólo moralmente más dulce. La primera tarea, aunque obvia, es obligatoria: reeducar a técnicos y políticos, ya que la experiencia de todos los días nos demuestra que la ciudadanía está más sensibilizada que éstos para empezar a tomar decisiones que no estén absolutamente condicionadas por el paradigma del automóvil. Un paradigma que debemos cambiar para dar el paso, realmente, a una ciudad más sana
Como nos recuerda el famoso antropólogo y etnólogo francés Marc Augé, la bicicleta encarna una bella utopía, una promesa de felicidad, una posibilidad de soñar y proyectar a grandes rasgos una ciudad utópica del futuro, donde la bicicleta, el transporte público y “el coche de San Fernando” (un ratito a pie y otro andando) sean los medios básicos de desplazamiento. La bicicleta nos enseña, ante todo, a estar en armonía con el tiempo y el espacio. Nos hace redescubrir el principio de realidad en un mundo invadido por la ficción y las imágenes, que no es poco. Felicitaciones y gracias a los ciclistas urbanos por enseñarnos el camino.