Los jinetes de las dos ruedas no imaginan otra cosa mejor que pasar desapercibidos al poder. Artículo de opinión.
SOBRE la silenciosa y leve bicicleta, tan discreta que si pasa totalmente de frente casi no se le ve, ha caído hace poco la peor de las desgracias cuando han hablado de ella los políticos. Hasta ahora los ciclistas vivíamos felices fuera de la agenda de los partidos, alérgicos como somos a que nadie se tenga que meter en el pedaleo ni en el camino con el que cortamos el aire camino del trabajo, porque el pelotón gregario lo dejamos para el Tour de Francia. Desde hacía tiempo, los políticos no daban ni quitaban, dejaban existir y ya era bastante, porque la gente de la bici se había ganado su sitio en la ciudad sin que nadie escribiese un protocolo con membrete: ganando metros por las aceras de la Victoria y la anchura de Gran Capitán, serpenteando en las calles peatonales y amarrando el cuadro y la rueda de atrás en los naranjos para que alguien se diera cuenta de que había que instalar aparcamientos.
Hace semanas que se habla de la bici, desde que una consejera autonómica de Izquierda Unida presentó un plan para llenar Andalucía de carriles y carreteras ciclistas, y allá que han entrado los suyos con la pamplina de lo verde y de lo sostenible y los otros con los eufemismos que apenas tapan que eso de los pedales les parece cosa de pobres y harapientos. En la invisibilidad de la ligereza que cruza las calles sin humos, los jinetes de las dos ruedas no imaginan otra realidad que la de pasar desapercibidos incluso para el puntillismo recaudador de la Policía Local, y mejor que no piensen en lo que pasaría si los políticos se fijaran en ellos y decidiesen fomentar ese vehículo cuyas marcas no tienen glamour ni se anuncian por la tele.
Si fuese el PP, ese partido que algún exagerado o manipulador ha querido llamar liberal, sería para llegar a la conclusión de que no es justo que esa gente que se mueve sin motor se escape de pagar los impuestos de los carburantes como los demás, porque después de todo también contamina bastante el dióxido de carbono que echan por los pulmones cuando se esfuerzan en subir la Espartería. Un matrícula que asegurase una buena contratación pública y una tasa como la de los coches estaría bien, aunque cuando cundan los robos se les diga que se compren mejores candados o que alquilen una cochera para estar más seguros. El PSOE no lo haría muy distinto, aunque lo enriquecería con más carril a cargo de empresas amigas y unas cuantas asociaciones y sindicatos facturando millonadas por las asesorías técnicas.
La idea, sin embargo, es de Izquierda Unida, y el procedimiento ya se conoce en la Córdoba y en la bici: se crea un proyecto que nadie ha pedido, se sueñan unas cuentas de la lechera con calles sin humos y con arco iris y se rompe otra vez sin compasión el pobre cerdito del dinero público para sacarlo adelante contra viento y marea. Al cabo del tiempo la vida de los ciclistas no habrá mejorado, pero muchísimos contribuyentes los odiarán y hablarán pestes de los caprichos que les han pagado para que después no los usen. No es un oráculo, porque ahí están las bicicletas públicas comidas por las telarañas en la Victoria sin que nadie las toque, o los kilómetros de carril con baches, bordillos y veladores invasivos que la gente evita para ir por caminos más directos y cómodos.
Sería deliciosa una Córdoba con menos coches y más bicis y paseantes, pero dudo de que los políticos tengan la llave; quizá la gente se dé cuenta algún día, pero algo me dice que a la mayor parte de los ciclistas no les inquieta. Al casi misántropo que soy al menos le sigue gustando tener sitio para amarrar la «burra», dar envidia en los semáforos y adelantar a los coches cuya marca chillona no les sirve para saltarse al camión de la basura.
Info: abc.es/cordoba