Le han llevado a cierto paralelismo entre sus músicas y sus bicis.
El colchón sonoro para las otras voces, el tejido sobre el que se bordan las coloraturas de instrumentos que llevan la melodía, ese fue el origen del bajo continuo, base de la polifonía y la cámara primero y del sinfonismo, el jazz o el rock después. El contrabajo es uno de los gregarios para ese trabajo. A él llegó Nigel Benson como a la tuba José Redondo, por altura. Y luego los caminos de profesión y la devoción, del negocio y del ocio, le han llevado a cierto paralelismo entre sus músicas y sus bicis.
Benson está leyendo la biografía de Millar, ‘Carrera a través de la oscuridad, caída y ascenso de David Millar’. «Es un ciclista natural, nacido para ello, pero hay mucha técnica en todo. A Millar le sancionaron sin correr dos años por dopaje. Pertenecía al equipo Cofidis, nunca sabes hasta qué punto les dirigen en ese aspecto, parece que hay exigencias de la dirección, pero si les pillan es una responsabilidad individual». Benson radiografía la técnica también en la música. «Hay gente con mucho talento, sin embargo la música es matemáticas, si comprendes ese lenguaje la puedes hacer. Es buena la inspiración, pero necesaria la técnica». Dedicado a un arte intangible en su materialización, ajusta la dimensión espiritual.
Inglés de Hatfield, a unos 35 kilómetros al norte de Londres, Nigel Benson se asomó a la música por deseo materno. Su hermana comenzó en el piano y él con el violín. Solo él hizo de ello su oficio. «Primero toqué el violín, luego el chelo y en la escuela a la que iba los sábados por la mañana me animaron a tocar el contrabajo porque no había nadie y yo era el más grande de los chelistas. Tuve mucha suerte porque tenía clases individuales desde las 9:00 hasta a las 13:00». De allí a la Royal Academy de Londres y luego una carrera de freelance. «Teníamos una niña pequeña y el trabajo era muy irregular, difícil de compatibilizar con criarla, había rachas de hasta cuatro días sin verla. Así que cuando vi la prueba para la OSCyL, la hice. Y aquí vinimos los tres». Nigel lleva en la Sinfónica de Castilla y León desde 1996.
La discreción del contrabajo es pareja a su versatilidad. Así que este arco del lateral derecho de la sinfónica es también un tañedor de tangos y de música antigua. «Estas otras agrupaciones son para mí como los cursos de reciclaje de las empresas, son parte de mi formación profesional y te abren la mente a otras músicas, te sientes más libre». Nigel es parte de Concertango y toca repertorio barroco con los profesores Alicia Illa (flautas barrocas) y David (cuerda pulsada). «Cuando cumplí los 40, mi madre me regaló una buena propina. En principio pensé comprarme algo para el jazz, un ‘ampli’, pero al final me decidí por una viola da gamba para hacer música antigua y poder tocar con mi mujer y su flauta de pico». Al final, el regalo resultó un homenaje a la maternidad, la viola da gamba y el violone bajo son los padres del contrabajo. Hizo dos años de viola da gamba en el Conservatorio Superior de Salamanca, pero el sistema español es poco comprensivo con las excepciones, «suspendí todo menos las asignaturas de viola, porque no podía ir a clase. Siempre hay problemas con las convalidaciones». Su madre le ha visto tocar con la OSCyL, pero no la viola da gamba.
Dos instrumentos y dos bicis, la de carreras y la de montaña. Sale los fines de semana, con dos grupos de ciclistas en los que Nigel es «el ‘inglish’ o el ‘guiri’». Aún le sorprende que en medio de una mañana de ruta haya una parada en la que aparezca de todo, desde el pacharán hasta el jamón, «no sé de donde sale». El milagroso almuerzo es uno de sus momentos ‘españoles’, en el que aparece la carne. «Mi mujer es vegetariana estricta y aunque yo no lo soy, comemos así. Es difícil ir a un restaurante porque no hay demasiado conocimiento de los procesos de elaboración, por ejemplo en el caso del vino, debe ser orgánico, que no usen clara de huevo». El patio de su casa no da para tener huerto, pero sí para reírse de los tópicos ingleses. «Ni huerto, ni te a las cinco. Sí tomamos te pero como aquí el café, cuando te apetece o puedes».
Nigel no echa de menos Gran Bretaña, «ya tenemos aquí la vida, hay un buen clima y estamos bien. No me gusta la mentalidad anglosajona, sobre todo la estadounidense, pendiente solo del dinero». Ve con cierta preocupación la situación social de su país, «cada vez hay más diferencias entre pobres y ricos, aquí se camina en esa dirección pero a paso más lento. Me consta que en Londres ya hay alquileres de sofás, tú tienes tu casa y para pagar el alquiler o la hipoteca alquilas el sofá para que duerma alguien por 300 euros al mes».
La hegemonía económica impone la lingüística. A este inglés de ojos azules irisados le inquieta más la primera que la segunda, aunque esta la vive más de cerca. Ayuda con el inglés a los hijos de algunos compañeros y no acaba de entender la obsesión por el bilingüismo en la escuela española. «Me parece mal que haya profesores de conocimiento del medio que deban reinventarse para dar su asignatura en inglés. No creo que ayude mucho la obligatoriedad, quizá estaría mejor no doblar los dibujos animados y las películas, que la lengua fuera más natural. Si vas a un cámping del Mediterráneo todo el mundo habla inglés por necesidad». El complejo nacional español no existe en su país. «En mi etapa escolar era obligatorio estudiar francés, lengua que nunca hablé, incluso algo de alemán. Sin embargo ahora los niños ingleses no estudian idiomas». Valora su importancia, –la niña inglesa con la que vino a Valladolid es ya una adulta española que no conoce el paro gracias a su lengua materna–, pero no la magnifica. La música y el deporte tienen lenguaje propio.
Este seguidor de Purito, Froome o Nibali, es espectador de las grandes vueltas desde hace tres años. Si tiene que elegir, se queda con el Tour, «hacen una cobertura espectacular que va más allá del ciclismo, es un viaje turístico». A veces se junta con otros dos músicos franceses para verlo. Paisaje, deporte y táctica, «el ciclismo es supertáctico. Fíjate Cavendish, es experto en sprintar los últimos 200 metros pero sin equipo no llega a esa recta final». En la cabeza de este corredor de fondo conviven Cavendish y Bach, Millar y Gentet, en sus manos, el arco y el manillar, en sus piernas, la bici y los violones, aunque solo los junte para la foto de Carretero.
Fuente: elnortedecastilla.es