Interesante propuesta de planes con bici realizada por trasmediterranea.
Planes con bici
Dos ruedas como forma de escapada
Tus dos ruedas son bienvenidas en todos nuestros ferrys. Si te planteas un paseo a pie de puerto, puedes bajarte pedaleando. Si prefieres una ruta larga por el interior, tu coche acompañará a tu bicicleta en la bodega. Escapadas para todas las piernas.
1. Baleares, relax sobre ruedas
Si no tuviera 7 siglos de vida, pensaríamos que fue creado para disfrutarse en bicicleta. En el siglo XIV, el rey otorgaba tierras a todo aquel que pudiera mantener un caballo y armas dispuestas para defender la isla. La única imposición era mantener un camino que uniera todas esas tierras. Así dicen que nació el Camí de Cavalls, sendero de unos 200 kilómetros que rodea Menorca. Buena parte de esa ruta constituye hoy el Camí de ferro, una ruta de BTT (la bici todoterreno de toda la vida) para la que conviene reservarse cuatro días libres, de poco desnivel acumulado pero muy pedregosa y que revela el secreto mejor guardado de la isla: sus calas sin acceso para vehículos a motor. El relax lo pone la parte urbana del recorrido, con el restauranteSmoix abierto a casi todas horas en Ciudadela; el postre corre a cargo de la heladería Ambrosia, en Mahón y en zona peatonal, para que aparques tranquilo y te sientes en ese banco tan apetecible. O pregunta por el El café del Nord, un clásico de la ruta donde intercambiar consejos y recuerdos con otros enamorados de la bici.
En Mallorca, la isla más grande del archipiélago, la ruta verde del olivo deja claro cuál es su paisaje predominante, y combina a partes iguales alimento espiritual y alimento del otro: Puente Romano y camaiot en Pollença,cuevas y arroz brut en Campanet. Y si pillas el Festival d’estiu (ocupa casi todo el verano) en Pollença redondearás el plan más alternativo jamás contado.
En Ibiza puede tener gracia salir de fiesta en bici, pero el acogedor tamaño y el aceptable desnivel de la pitiusa piden a gritos un reto de mayor distancia. La ruta más habitual es conocida como Es camp vell y tiene un trazado mixto: olor a salitre de lo cerca que estaremos a veces de la costa, ruta interior por el casi siempre verde valle de Sant Mateu y muchos viñedos. De faro a faro y tiro porque me toca.
Y qué decir de Formentera. ‘Lucía y el sexo’nos enseñó que un circuito natural permite visitar sus must paisajísticos prácticamente sin rodar por asfalto. Desde Sant Ferran pon rumbo al faro de Sa Mola, donde un monolito recuerda que Julio Verne ambientó aquí parte de su novela ‘Hector Servadac’. Por el camino, parada en El Pilar, una de las pocas villas que pueden presumir de haber tenido a Bob Dylan entre sus habitantes. Tranquilo: puedes aparcar la bici en la puerta del Blue Bar. Cuidado: si te entretienes con las cervezas puede subir la marea y obligarte a llevarla a cuestas en algún tramo.
2. Canarias y el mountain bike
Por su morfología, la zona centro de Gran Canaria es perfecta para la práctica del descenso: dícese del ciclismo de montaña que busca bajar montañas tan empinadas que probablemente serían imposibles de subir pedaleando. Si además podemos atravesar 32 áreas naturales protegidas, 8 reservas de la naturaleza y ver unas 100 especies de plantas autóctonas, mejor que mejor. Dicen que Gran Canaria tiene la misma importancia para los botánicos que las islas Galápagos para los zoólogos, así que repetir aventura en primavera y en invierno son dos experiencias totalmente distintas. Eso sí, en ambos casos el sol te recibirá a unos 20 grados, perfecto para una cerveza Tropical bien fría. Pero tienes que estar preparado para una ausencia casi total de llanos y piedras por todo el camino. Es lo que tienen las islas volcánicas.
La zona de mayor afluencia de bikers de Tenerife se conoce como Las Raíces, en el Monte de La Esperanza. Parece que el nombre viene dado por el bar Las Raíces, cuyas tapas son el inicio y cuyos grifos de cerveza son el final de todos los paseos, incluido el tuyo. Merece la pena rodar por carretera hasta el monumento a Los Caídos, y adentrarse en aquellos puntos donde la arboleda se abre, poner pie en tierra y recuperar el aliento mientras lo volvemos a perder por las sobrecogedoras vistas. Por cierto, sobre cervezas no hay nada escrito, pero por aquí son más de Dorada Especial.
Y a La Palma no la llaman la isla esmeralda por casualidad. El verde preside las rutas para todos los niveles que cruzan el espeso verde que rodea la caldera de Taburiente, o que protagoniza la laurisilva. Nombres que invitan al pedaleo y que hacen juego con el verde mojo que acompaña papas arrugás y quizá el mejor cherne o vieja que habrás probado nunca, el de los restaurantes de Breña Alta. Y de ahí a la cama en el Parador, que La Palma es isla con cielo protegido y por la noche la visibilidad es felizmente reducida. Mira las estrellas desde su jardín botánico, asómbrate y entenderás por qué es una buena idea.
Para atreverse con las islas más orientales hay que ser un valiente. El viento de Fuerteventura es ideal para el surf, pero agotador para el ciclista cuando sopla de cara, y siempre peligroso en carretera.
3. Málaga, ruta urbana
Quien lleve años sin pisar la capital de la Costa del Sol se sorprenderá del tono verde y rojo que han cogido sus paseos. Donde antes había una acera excesivamente ancha, ahora hay media acera y un carril bici de más de 20 kilómetros. ‘Bicicleting’ por un falso llano que une la alcazaba con el remozado Muelle 1, o las playas de El Palo con la catedral manquita. El sistema de alquiler Bikesmart hará que muchos cicloturistas te acompañen en el paseo. Como seguro que pasarás por calle Strachan, imprescindibles las tostas del Gorki, hoy convertido en grupo gastronómico de éxito. Ahora también puedes aparcar junto al aire nostálgico de taberna impertérrita que tiene El Pimpi porque ha abierto una marisquería cool mirando a la peatonal zona del Teatro Romano, o combinar mens sana in corpore sano con alguna exposición temporal en el CAC. El Palmeral de las Sorpresas es el nuevo must paseable, pero aquí mejor candado en bici. El paisaje kárstico de El Torcal también es accesible a dos ruedas, y los vecinos molletes de Antequera ricos-con-cualquier-cosa pueden ser el empujón que necesitas.
4. De Almería a Sierra Nevada
Ruta Del mar al cielo. Con ese nombre, ni intentes resistirte. Empezamos un fin de semana largo cogiendo fuerzas junto al Mediterráneo por ejemplo con un ajopollo, para terminarlo haciendo un ‘selfie’ con el Mulhacén de fondo. Por el camino: la Sierra de Gádor, el valle del Andarax y la serpenteante Alpujarra camino de Sierra Nevada. Una vez en destino, las actividades ‘apréski’ se convierten por arte del buen tiempo en actividades ‘aprésbici’: telecabina hasta casi el pico Veleta, terraceo en La Bodega… Sí, las discotecas y restaurantes famosas en temporada nival también abren en primavera-verano.
5. Cádiz entre chapuzón y chapuzón
La costa sur de la provincia, aquella que une Sancti Petri con Conil y alrededores, presume de un paseo marítimo cicloturista revestido de coqueta madera y con entradas a la playa cada 100 metros. Uno nunca sabe cuándo le va a entrar el apretón de mar teniéndolo tan cerca. Para el avituallamiento, erizo de mar y ortiguillas en la cofradía de pescadores de Sacti Petri. A medio camino entre una peña de amigos y un chiringuito de los de toda la vida, su cazón en adobo es de los pocos que merecen esa evocadora definición.
Barcelona es lo suficientemente grande como para que una ruta sin salir de su casco urbano apetezca y lo suficientemente pequeña como para poder volver a dormir al hotel si optamos por rutas de extrarradio. No hagas caso del funicular ascendiendo al Monjuïc olímpico, que te lleven es de cobardes y tendrás parecida panorámica 360º de Barcelona desde la terraza del Miramar. Para huir de multitudes, el Maresme: si eres experto cicloturista irás y vendrás a dos ruedas, si eres un aficionado de los de tarde en tarde podrás volver tranquilamente en el Cercanías. En todo caso, créate tu propia opinión sobre la zona del Fórum al salir y prueba la arena de Premià de Mar al llegar. Sí, arena, no la pegajosa tierra que abunda en las playas capitalinas.
El centro turístico ofrece un eficiente servicio de alquiler, puedes serle infiel a tu flecha ciclista. El barrio Gótico y el Born,Gaudí, la Rambla y la Gran Vía se dejan recorrer en bici, pero mejor entre semana. Muchos turistas no entienden de carriles bici.
Si buscas etapa rompepiernas, subida al Tibidabo. Al llegar posiblemente no tendrás ganas de probar las atracciones, pero la familia puede pasar allí el rato mientras espera para darte la enhorabuena por tu ascensión en tiempo récord. Para descender, elige salir desde Vallvidrera atravesando la poco concurrida sierra hasta Molins de Rei. Pero siempre con el estómago lleno gracias a algunas de las masías que pueblan la zona. No es plan de desfallecer por el camino.
7. Valencia sobre ruedas
Desde que el cauce del río Turia abrió paso a un arbolado paseo y dejó de desembocar en el Mediterráneo para terminar en la Ciudad de las Artes y las Ciencias, Valencia es una ciudad ‘bikefriendly’. Y su clima, todavía más. Empieza en el jardín del Turia y desemboca en el paseo marítimo de la Malvarrosa entrando por el puerto, solo abandonando el antiguo cauce fluvial para pasear por la zona de La Xerea atraído por el influjo de la catedral ché. Es decir, empieza con un desayuno contundente con forma de coca (torta plana dulce o salada, se entiende) y termina con un buen arroz en la más que centenaria La Pepica. Por cierto, hace poco se aprobó en la ciudad el manifiesto “La acera es peatonal”. Avisado quedas.
8. De Ceuta a Melilla en apenas una semana
Pasar la frontera con bici puede resultar engorroso, así que mejor quedarse a pedalear vallas adentro salvo que vayamos para una estancia medianamente larga. Ir desde una sinagoga hasta un santuario hindú por la Ruta de los Templos ceutí, o desde las cuevas del Conventico hasta la arquitectura modernista de Melilla tiene su aquel. Si estamos en forma y tenemos tiempo, las acusadas subidas y bajadas de la ruta cicloturista Ceuta-Melilla son factibles en 4-5 días, con paradas obligadas en los puestos de pescado fresco de Martil, las reconfortantes vistas de Casa Paca en Alhucemas y el zoco de los sábados en Oued Laou. El pasado español de la vecina Tetuán está tan presente que el castellano será el idioma habitual del paseo. La ruta será exactamente igual a la que tienes en la cabeza: magníficas playas donde no hay casi nadie junto a pueblecitos de pescadores donde hay casi de todo.
9.El tour del norte de Marruecos
Ese pedazo de Europa en África que es Tánger invita a bordearla en bici desde su renovado paseo marítimo. Entre pescaíto y pescaíto, pedaleo. El calor, las carreteras a campo abierto y la amabilidad de los ciudadanos convierten una ruta ciclista en Marruecos en una aventura que contar a los nietos. El occidental solo ha de tener cierta precaución en la circulación por el arcén –es menos ancho que el europeo– antes de disfrutar de lo que más hace la boca agua al cicloturista: si eres aventurero, las montañas del Rif desafían a base de senderos con cuestas de las que obligan a echar a veces pie a tierra, pero un tajín en la plaza Uta-el-Hamman de Chaouen o las vistas de sus casas en azul pitufo desde la fuente de Ras el Ma merecen eso y mucho más.
A golpe de riñón por campo, carretera y ciudad. Tu bicicleta también se merece unas vacaciones, y solo en barco podrás llevarla controlada. Una escapada digna del maillot amarillo.