Un español recorre el mundo en bici y en solitario: 59.600 kms.

Ene 7, 2016

El donostiarra Oihan Goñi decidió hace dos años y medio escapar de su vida al uso como ingeniero en Alemania, y embarcarse en un largo viaje en bicicleta y en solitario.

 

Después de 59.600 kilómetros sobre ruedas ha vuelto a su hogar en la capital guipuzcoana, donde todavía no se acostumbra a dormir de nuevo en una cama.

“Lo malo de ir en bici y solo es que, si te metes en un lío gordo, te tienes que sacar tú mismo” “En muchas zonas del mundo la generosidad es prácticamente una norma”

Así, recorrió 59.600 kilómetros repartidos por 29 países distintos, en los que conoció la verdadera generosidad humana, algún susto, y manjares que le destrozarían su estómago de occidental.

Todo comienza con una vida al uso. Pero una de las buenas: diez años trabajando como ingeniero en Alemania. Hasta que su cabeza le avisó de que necesitaba descansar y conocer mundo. A sus 35 años probó sus límites en un pequeño viaje en bici de dos meses. Se retó a dormir semanas en el suelo de su tienda de campaña y consideró que estaba preparado. “Dejé el trabajo, me quité todas las cosas, regalé todo lo que alguien pudiese querer y me quedé con lo que podía llevar en la bici. Alforjas, y lo necesario para acampar. Nada más”, explica este aventurero que llegó la semana pasada a su ciudad natal tras el extenso periplo.

Solo y en bici

Arrancó desde Alemania hacia Dinamarca -país en el que recorrió 800 kilómetros a dos ruedas-. Allí tomó un ferry a Islandia, voló a Canadá y rodó 6.900 kilómetros. Costa Rica -500 kilómetros-, Perú para “pillar de nuevo el verano porque allí diciembre es verano”, Chile y Argentina -5.000 kilómetros por la carretera austral-. Tres meses y medio después, el invierno acechó de nuevo, así que viajó hasta Nueva Zelanda y Australia en busca de calor, aunque el invierno lo alcanzó otra vez. Así que voló a Japón, que está en el hemisferio norte.

Luego llegaron Corea, China, India -6.000 kilómetros en bici-, Dubai, Pakistán, Irán, Georgia, Turquía, Grecia, Italia y de vuelta a casa. En total 59.600 kilómetros en 951 días en los que en ninguno de ellos descansó sobre una cama.

Con sus ahorros pudo financiarse un viaje sin lujos, pero con lecciones vitales. Su rutina era “muy sencilla”: “Buscar qué comer, dónde dormir y ver cosas distintas cada día”, relata. Esta forma de vida le permitió escapar de “ver siempre la misma gente y los mismos sitios”, aunque también se deshizo de una ventaja: la comodidad. “Aquí (en casa) el hospital está cerca, todos hablan el mismo idioma, y no hay papeleo. Pero pierdes la libertad”, apunta.

Su bicicleta, además de ser el medio de transporte más asequible, le abrió las puertas a un mundo que no todo el mundo ve. “No vas a tener la misma foto que tu vecino, porque de esta forma vas por sitios donde no hay turistas y a veces ves cosas fantásticas que nadie ve”, aclara. Además, su compañera de dos ruedas le hacía parecer humilde y cercano a los ojos de los habitantes de países más pobres, quienes muchas veces le invitaban a ver la huerta, le ofrecían comida y conocer sus historias vitales.

En esta línea, la soledad le empujó a “no parar de conocer gente”, a pesar de que nada más salir de Alemania él mismo reconoce que estaba “en plan occidendal, menos abierto y conservando mi vida privada”. En cambio, según conoció los países asiáticos descubrió que la privacidad casi ni existe, y que todos se meten en la vida y en las casas de los demás.

Echando la vista atrás, el mayor problema que ha vivido ha sido que con la bicicleta y en solitario, “si te metes en un lío gordo, te tienes que sacar tu mismo”. Pedaleando a toda marcha solo “puedes ir a 30 por hora diez minutos”, así que asegura que escapar de las malas situaciones es difícil. Por eso, tuvo que agudizar su instinto y la rapidez con la que juzgar las situaciones. “Vas a un sitio y tienes que ver si la gente es buena o mala, si debes quedarte o no”, relata pero afirma que “el 95% de la gente es buena o muy buena gente”.

Educados en la privacidad

Tanto es así, que ha comprobado que “en muchas zonas del mundo la generosidad es prácticamente una norma”. “Es una cosa que te pasa cada día o a veces varias veces al día. Es gente más pobre y aún y todo reparten, y eso te hace pensar”, recuerda, mientras, afirma, “aquí la gente tampoco es mala, pero cada uno piensa primero en sí mismo, nos educan en la privacidad de la vida”.

De vuelta ya en suelo donostiarra, no aprecia apenas cambios en la capital guipuzcoana. Su intención es trabajar para retomar la senda del ahorro y poder “dejar una puerta abierta a volver a escaparme un par de años. Un par de viajes más antes de palmarla”, sentencia.

Fuente: deia.com

El donostiarra Oihan Goñi recorre el mundo en bicicleta y en solitario